LUIS. —Juan, a tí te pasa algo. ¿Pero qué dices?
JUAN. —¿Y lo que tú dices, qué? Que el patrón tiene que pagarnos el billete porque viajamos para él. Según eso, tendría que pagarnos también las horas de sueño, porque descansamos para él, y el cine y la tele porque nos ayudan a descargar las neuronas de la cadena de montaje. Y también tendría que pagar un porcentaje a nuestra mujer cuando hacemos el amor con ella, porque así nos recargamos para él, y así rendimos más, ¡Anda, no me vuelvas loco!
LUIS. —No soy yo quien te vuelve loco, sino el patrón, que te atonta en todas partes: en el cine, con esos polvos imposibles, con culos que palpitan, con esas mujeres que mueven la boca y la lengua como si lamieran helados... ¡y lo llaman cultura del eros!
JUAN. —En lo del cine llevas razón, porque cuando sales de una película, para relajarte te encuentras con el desfile de las vallas publicitarias: culos para anunciar sujetadores, culos y tetas para bolígrafos, pasta de dientes y yogures... Y tu mujer camina a tu lado, la miras... y no tiene el cabello suave y vaporoso como brisa marina, no se perfuma con los limones salvajes del Caribe, sus tetas son normales redondas, y no bailan... El trasero es sólo un trasero, no un culo, como los del cine... ¡No palpita! Tiene los pies hinchados, las manos rojas, las uñas rotas, y yo la miro y me entran ganas de tirarla a la basura. Desde luego, es una mierda.
LUIS. —Es un asco porque ellos lo montan así, lo apestan todo: te ensucian el aire, te contaminan los rios, te convierten el mar en una cloaca. Te convierten también el amor en una cloaca, y las relaciones con la gente, y la comida...