—Vamos, Paul —dijo con aquella voz afectada que él conocía tan bien—, no hace falta que finja. Sé que sabe quién era Andy Pomeroy porque sé que ha leído mi libro. Esperaba que lo leyese, ¿sabe? Si no, ¿por qué tenía que dejarlo a la vista? Pero me aseguré. Yo me aseguro de todo. Los hilos estaban rotos.