Voces al amanecer y otros relatos

La amabilidad empieza por uno mismo», solía decir, y no se cansó de repetirlo, ni siquiera cuando ya anciana ponía la mesa escrupulosamente para sentarse a comer sola.

cierto que fue amante de Jesús?

La pregunta lo sacó de los inicios de un pensamiento sombrío, pero también impacientó al profesor, acaso porque el deslizamiento de los dedos de la joven por la parte inferior del cuadro indicaba que se había fijado en las manos cruzadas sobre el vientre hinchado.

—Amante, amante, ¿qué significa eso? ¿Que vivían amancebados? Es una solemne tontería, es no haber entendido nada, una intromisión de la modernidad en lo sagrado para degradarlo. Mire ese rostro, ¿le parece el de una amante vulgar? Es el de la pasión llevada a su grado máximo de sublimación, algo que hoy día nadie comprende.

—Nada es lo mismo sin perro y sin barco—respondí sin pensar, o porque no me atrevía a decir lo que de verdad pensaba. Parecía que todo lo bueno en su vida ya hubiera sucedido, que sólo quedara contarlo.

En alguna parte leí que las personas se definen por su hora preferida del día. Quienes se adelantan al alba afrontan la vida con optimismo, como una página llena de posibilidades. En cambio, quienes se inclinan por los atardeceres muestran una tendencia a la melancolía.

—Desde los techos y los tejados sólo se cae, a menos que sepas volar—respondió él acercándose al muro y echando los brazos atrás como si quisiera indicar que él era de los que volaban.

Cuando mi madre está contenta es casi imposible no sumarse a su estado. Ella dispensa ese contento como si nunca fuera a acabarse y tú lo abrazas incondicionalmente como si, en efecto, eso pudiera sostenerlo para siempre.