Un delirio tan despiadado como tierno.
Jimmie llega un día más a su lugar de trabajo: un call center de una agencia de viajes londinense donde van a parar, como a un purgatorio, un desfile de perdedores con pasados mejores y un futuro incierto. Trae consigo carmín en los labios, un pelo de un muerto escondido en la cartera y la presencia esquiva de una madre italiana, eterna viuda con la que convive a su pesar.
Comparten con él ese espacio liminal una multitud de personajes que son islas: un mando intermedio obsesionado con monitorizar las funciones corporales de sus empleados, un amante en el armario del que ahora lo separan un ascenso y una esposa, un compañero de mesa alemán a medio camino entre un telégrafo y un manual de instrucciones, una mujer sueca cuyo lenguaje del amor es el rencor y una joven burguesa catalana desheredada por su familia a quien la desdicha parece no poder tocar.
«Gracias por la espera. Le atiende Jimmie. ¿En qué puedo ayudarle?» abre, como una contraseña, las puertas a un desfile de quejas esperpénticas que insinúan una clase distinta de soledad. Voces a las que el narrador asigna un rostro y un pasado protestan porque dos amantes no han cerrado las cortinas, por no poder pasar un fin de semana romántico a solas o porque un pelo en la almohada suena como el eco de una infidelidad pasada, y reciben a cambio la absolución a su dolor existencial en forma de observaciones propias de un delirio psicoanalítico.
Como interludio a estas llamadas, afloran entre los cubículos fragmentos de recuerdos, como coletazos de una humanidad asfixiada por inflexibles códigos de conducta corporativos, y retales de conversaciones inacabadas que presagian un despido inminente.
Con una prosa elegante, una mirada tierna y un escandaloso humor negro, Polvazo explora grandes temas de las sociedades capitalistas contemporáneas, como la soledad, la pérdida, los sueños no realizados y el deseo insatisfecho de quienes creen no merecerlo.