–¿Y es...? –la frente de Rafe se perló de sudor.
–Tu foto, tonto –abrió el corazón, miró en su interior y soltó un suspiro–. Aunque he de reconocer que con ese bigote casi no te reconocí.
–¡Ese... qué!
Rafe olvidó la cautela, aferró el relicario y le dio la vuelta para poder verlo por sí mismo. Observó una foto suya con un bigote oscuro.
–Se te ve tan airoso –ronroneó Nancy, dándole un beso en la mejilla.
Él apretó los dientes. Parecía un villano salido de un melodrama. Lauren no solo había empleado la foto de su permiso de conducir, en la que parecía un delincuente, sino que le había pintado un bigote.
Nancy volvió a aferrarse a su brazo y realizó un movimiento feliz de contoneo.
–Y la dedicatoria...
Cerró los ojos. «¡Oh, no! Una dedi...»
–Tuyo para siempre, Rafey. ¿Es verdad, Rafey, cariño. ¿De verdad eres mío para siempre?
«¡Y un cuerno!»