Para Marcial era más Dios que Dios, porque sus dones eran cotidianos y tangibles. Pero prefería el Dios del cielo, porque fastidiaba menos.
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Poco a poco, Marcial dejó de estudiarlas, encontrándose librado de un gran peso. Su mente se hizo alegre y ligera, admitiendo tan sólo un concepto instintivo de las cosas.
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Llegaba al punto en que los tribunales dejan de ser temibles para quienes tienen una carne desestimada por los códigos.
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Su firma lo había traicionado, yendo a complicarse en nudo y enredos de legajos.