In vitro

El parto es como el mar, dice la doula. No te atrevas a darle la espalda.

Ser madre es intercambiar tu trascendencia pública por una serie de significados íntimos, dice Rachel Cusk. Por muy preparada que esté una mujer, la transformación es radical y súbita: todo lo que le ha ocurrido desde su nacimiento hasta el momento del parto cobra nuevo sentido.

El parto es el naufragio de una gran pecera que de pronto revienta y puebla el territorio. ¿Qué territorio? Uno del que no existen mapas y que atravieso no como madre, sino como hija de mí misma

Quiero decirlo todo y saberlo todo y escucharlo todo, romper con el pacto de silencio que mantiene en aislamiento los temas dolorosos relacionados con la maternidad

Exploro esta última idea en toda su perversidad: mi bebé habita el límite de lo que empieza, y el adenocarcinoma, con sus células en forma de estrella –el cáncer es un cielo iluminado–, habita el límite de lo que acaba.

No somos mi perra y yo, desde hace años, una familia? Que ella exista, su inquebrantable compañía, es lo más parecido que conozco a tener un lugar en el mundo, a ser el mundo de alguien. O quizás el amor siempre termina por ser egoísta: la necesito porque me protege de la desintegración.

El origen del lenguaje –y el psicoanálisis es la cura por la palabra– no está en la lógica, sino en la imaginación.

Un bebé promete futuro, es cierto, pero también altera el pasado y lo reescribe. Por eso tener hijos no sólo nos separa del mundo, nos separa de nosotras mismas.

Se llama duelo excepto que no sé exactamente qué estoy perdiendo.

te nombramos porque existes, te nombramos para que existas.