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Gillies, que estaba más interesado en el trabajo de Valadier que en su vestuario, presenció sus primeros ensayos con injertos óseos, consistentes en el trasplante de trozos de hueso. Los injertos no eran ninguna novedad en la historia de la medicina. El primero en detallar este tipo de intervención fue el cirujano neerlandés Job van Meekeren, que en 1668 documentó el caso de un cirujano ruso que reparó el defecto en el cráneo de un soldado implantándole un fragmento de hueso de perro.