Pero no contaba con el niño. No contaba con que dejaría huella. Así que las hadas, permitirme creer en las hadas, fue en cierto modo un alivio. De vez en cuando, en lugar de tener pesadillas, veía a las hadas. Se me aparecían. Las hadas de la gruta, las que cuidan de los bebés. Una se aferra a lo que puede. El mundo real se había vuelto demasiado peligroso, el horror podía surgir de cualquier parte, incluso de aquellos cuya conducta parecía irreprochable. Por suerte, estaban las hadas.