Nathan Long

La Lanza Rota

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No luchan por el Emperador No luchan por su país. Decididamente, no juegan limpio… Si tienes un trabajo tan peligroso, tan suicida que incluso hace retroceder de terror a los hombres más valientes, ha llegado la hora de llamar a Reiner Hetzau y sus Corazones Negros. Hombres convictos, condenados a morir ahorcados, los Corazones Negros tienen una posibilidad de salvación. En el Viejo Mundo hay muchas tareas oscuras que deben llevarse a cabo por el bien de la humanidad, y los Corazones Negros son la escoria perfecta para ese cometido. Su última misión los lleva hasta un remoto fuerte fronterizo. Ha cesado toda comunicación con el bastión y las autoridades imperiales comienzan a ponerse nerviosas. Si ha caído bajo un ataque enemigo, podría ser el aviso de una invasión. ¿O acaso el propio comandante del fuerte se ha convertido en delincuente? Los Corazones Negros sólo pueden estar seguros de una cosa: ¡lo tienen todo en contra y puede que no regresen con vida! Ésta es una época oscura, una época de demonios y de brujería. Es una época de batallas y muerte, y de fin del mundo. En medio de todo el fuego, las llamas y la furia, también es una época de poderosos héroes, de osadas hazañas y grandiosa valentía. En el corazón del Viejo Mundo se extiende el Imperio, el más grande y poderoso de todos los reinos humanos. Conocido por sus ingenieros, hechiceros, comerciantes y soldados, es un territorio de grandes montañas, caudalosos ríos, oscuros bosques y enormes ciudades. Y desde su trono de Altdorf reina el emperador Karl Franz, sagrado descendiente del fundador de estos territorios, Sigmar, portador del martillo de guerra mágico. Pero estos tiempos están lejos de ser civilizados. A todo lo largo y ancho del Viejo Mundo, desde los caballerescos palacios de Bretonia hasta Kislev, rodeada de hielo y situada en el extremo septentrional, resuena el estruendo de la guerra. En las gigantescas Montañas del Fin del Mundo, las tribus de orcos se reúnen para llevar a cabo un nuevo ataque. Bandidos y renegados asuelan las salvajes tierras meridionales de los Reinos Fronterizos. Corren rumores de que los hombres rata, los skavens, surgen de cloacas y pantanos por todo el territorio. Y, procedente de los salvajes territorios del norte, persiste la siempre presente amenaza del Caos, de demonios y hombres bestia corrompidos por los inmundos poderes de los Dioses Oscuros. A medida que el momento de la batalla se aproxima, el Imperio necesita héroes como nunca antes. La marca del martillo había desaparecido. Habían eliminado las vergonzosas cicatrices que el hierro candente les dejó en la carne, al fin, mediante un encantamiento tan doloroso que hacía que el proceso por el cual los habían marcado pareciese un recuerdo agradable. Tenían la piel de la mano limpia, perfecta, como si el hierro candente jamás la hubiese tocado. Pero la sangre que corría por debajo de la piel era otra historia. A Reiner Hetzau y sus compañeros convictos —los piqueros Hals Kiir y Pavel Voss; el ballestero tileano Giano Ostini, y Franka Shoentag, la arquera de cabello oscuro de la que sólo Reiner sabía que no era el muchacho que fingía ser—, las marcas se las había hecho el barón Albrecht Valdenheim para obligarlos a que lo ayudaran a traicionar a su hermano, el conde Manfred Valdenheim. Les había prometido que se las quitaría cuando hubiesen cumplido con esa misión. Sin embargo, al enterarse de que tenía intención de traicionarlos también a ellos, ayudaron a Manfred con la esperanza de que éste cumpliera la promesa de Albrecht.
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297 páginas impresas
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