En la herida del otro reconocemos la común vulnerabilidad. Como nos enseñó Hegel, ningún amo se siente reconocido si reduce a su esclavo a objeto o cosa. Cuando ambos descubrimos que tenemos carne y sangramos, tenemos heridas y sufrimos, tenemos vida y estamos amenazados por la muerte, se produce un cambio profundo en la relación, aparece el reconocimiento de la común humanidad, una sutil hermandad en la carne.
El nazareno, símbolo hondo de lo humano, vulnerable y vulnerado desde el nacimiento (“no había posada” y tuvo que nacer en un portal), salió a los caminos del dolor y se dejó alcanzar por el sufrimiento de los otros. Así es como llegó a reconocer a los otros pecadores, paganos, enfermos y extranjeros que su sociedad excluía y se negaba a reconocer y ver. No buscó el sufrimiento, pero su compasión por los otros le llevó irremediablemente a sufrir por los otros y con los otros.