ridículo en el que habían caído, tras décadas de insensata sobrestimación, los trabajos de Foucault, Lacan, Derrida y Deleuze no dio paso, por el momento, a ningún nuevo pensamiento filosófico, sino que, por el contrario, desacreditó al conjunto de los intelectuales de «ciencias humanas»; el prestigio creciente de los científicos en todos los ámbitos del pensamiento era ya ineluctable. El interés ocasional, contradictorio y fluctuante que los simpatizantes de la New Age fingían sentir por tal o cual creencia nacida de las «antiguas tradiciones espirituales» sólo demostraba su estado de desgarradora angustia, que bordeaba la esquizofrenia.