Había listas de los cuartos y casas donde viví o donde dormí al menos una noche, además de las descripciones más puntillosas y nostálgicas de esos espacios: su tamaño, su forma, el color y el diseño de los papeles de pared, el modo en que colgaba una toalla, el chirriar de una silla, las manchas de humedad en el techo. Había incontables tablas, catálogos, descripciones que aquí sólo puedo clasificar bajo el encabezado general de cantidades y números. ¿Cuál era la suma total de las poblaciones de Europa y América? ¿En cuántos de esos países había vivido una experiencia personal significativa? En el lapso entre mis veintidós y mis treinta y nueve años de vida, ¿a cuánta gente había conocido? ¿Con cuántas personas me había cruzado en la calle? ¿A cuántas había visto en trenes o en el metro o en teatros o en estadios de béisbol? ¿Con cuántas de esas personas había tenido algún tipo de vivencia fundamental e iluminadora, ya fuera de gozo, de dolor, de ira, de piedad, de amor o simple compañerismo, por breve que fuera?