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Jesmyn Ward

La canción de los vivos y los muertos

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Una novela que la crítica ha comparado con William Faulkner, Flannery O’Connor o Toni Morrison. Jojo, de trece años, y su hermana menor Kayla viven con sus abuelos negros en una granja en la costa del Golfo de Misisipi, con la compañía siempre esporádica de su madre, Leonie, una mujer que desearía ser mejor madre de lo que es. Cuando el padre de ambos, un hombre blanco, va a salir de prisión –Parchman Farm, la misma penitenciaría en la que el abuelo de Jojo cumplió una condena injusta durante su juventud–, Leonie insiste en ir a recogerlo con los niños. Durante el azaroso viaje, Jojo, Kayla y Leonie deberán aprender a relacionarse como familia, y Jojo conocerá a Richie, otro niño con quien descubrirá el legado de la esclavitud y la importancia de reconciliarse con el pasado.
Este libro no está disponible por el momento.
276 páginas impresas
Publicación original
2018
Año de publicación
2018
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Opiniones

  • Tess Pedrocompartió su opiniónhace 4 años
    👍Me gustó
    🚀Adictivo

    La historia de una familia que retrata el pasado, y el presente y esboza algo del futuro, desgrana historias de fantasmas, esclavitud, interracialidad, y las grietas en el núcleo familar.

  • Iz Sanzcompartió su opiniónhace 2 años
    👍Me gustó

  • Sandra Viviana Chisaca Leivacompartió su opiniónhace 3 años
    👍Me gustó

Citas

  • Andrea Zavalacompartió una citahace 2 años
    Es mejor que Ma duerma, porque la quimio la ha dejado seca, la ha vaciado igual que el sol y el aire al roble negro.
  • Andrea Zavalacompartió una citahace 2 años
    La memoria es algo vivo, también en tránsito. Pero durante el instante que dura, todo lo recordado se une y cobra vida: los viejos y los jóvenes, el pasado y el presente, los vivos y los muertos.
  • Sandra Viviana Chisaca Leivacompartió una citahace 3 años
    Los fantasmas tiemblan, pero no se van. Se balancean boquiabiertos de nuevo. Kayla sube un brazo, con la palma hacia arriba, como si estuviera intentando tranquilizar a Casper, pero los fantasmas no se calman, no se levantan, no ascienden y desaparecen. Se quedan ahí. Entonces Kayla empieza a cantar, una canción de palabras inconexas, confusas, nada que yo pueda entender. Canta bajito y la melodía interrumpe el rumor de los árboles que se mecen, pero al mismo tiempo se entrelaza y se confunde con él. Y los fantasmas abren sus bocas aún más y sus caras se doblan por los bordes y parece que están llorando, pero no pueden. Y Kayla canta más fuerte. Mueve la mano mientras canta, y yo sé qué es, conozco ese movimiento, así es como Leonie me acariciaba la espalda, y la espalda de Kayla, cuando el mundo nos daba miedo. Kayla canta y la multitud de fantasmas se inclina hacia delante, asintiendo. Sonríen y su sonrisa tiene algo de alivio, algo como un recuerdo, algo parecido a la paz.

    «Sí».

    Kayla me tira del brazo y la subo. Pa se da la vuelta. Lo sigo mientras él está pendiente por si aparece algún mapache, alguna comadreja, algún coyote, aparta rama tras rama mientras nos guía de vuelta a casa. Kayla tararea por encima de mi hombro, dice «shhh» como si yo fuera el bebé y ella el hermano mayor, dice «shhh» como si recordara el sonido del agua en el vientre de Leonie, el sonido de todas las aguas, y lo estuviera cantando ahora.

    «Hogar», dicen. «Hogar».

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