»Cuando Dios creó al primer hombre (escribe George Herbert) tenía delante una copa de bendiciones, así que vertió en él todas las bendiciones que tenía guardadas: fuerza, belleza, sabiduría, honor, placer; pero se abstuvo de darle la última, que es el descanso, o sea, la satisfacción. Dios entiende que si el hombre está satisfecho jamás encontrará su camino hacia Él. Dejad, pues, al hombre disconforme de modo que si la bondad no lo guía, tal vez el cansancio lo arroje a mi pecho.