Inicialmente todo parece sencillo: quería escribir y he escrito. A fuerza de escribir me he convertido en escritor, al principio, durante mucho tiempo, para mí solo, hoy para los demás. En principio ya no tengo necesidad de justificarme (ni a mis propios ojos, ni a ojos de los demás): soy escritor, eso es un hecho consumado, un dato, una evidencia, una definición; puedo escribir o no escribir, puedo estar sin escribir varias semanas o varios meses o escribir «bien» o escribir «mal», nada de ello cambia nada, eso no convierte mi actividad de escritor en una actividad paralela o complementaria: no hago otra cosa que escribir (a no ser reunir tiempo para escribir), no sé hacer nada distinto, no he querido aprender otra cosa... Escribo para vivir y vivo para escribir, y no he estado lejos de creer que la escritura y la vida podrían confundirse por completo: viviría en compañía de diccionarios, en lo más recóndito de algún lugar de provincias, pasearía por el bosque por la mañana,