Entendía que para su mujer debía de haber sido difícil entrar allí, pero lo hizo con delicadeza, sin desplazar nada de su lugar. Dio la impresión de que los cambios más grandes fueron cosas de los dos: instalar la ducha, pintar las habitaciones del piso de arriba. La casa la acogió igual que la había acogido la familia. De niña iba a jugar allí, y luego se produjo un largo salto de diez años, pero era como si la casa la recordara y la aceptara del mismo modo que un perro recordaba a un viejo amigo del dueño.