Petra Hartlieb

Invierno en Viena

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  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 3 años
    Buenas tardes le dé Dios. Aquí estoy.
    —Buenas tardes. Me alegro mucho.
    A Oskar aquel impetuoso «buenas tardes le dé Dios» casi le dio risa. Nunca había empleado esa fórmula de saludo, que en Viena tenía una inmediata connotación política: los conservadores saludaban invocando a Dios, mientras que los socialistas deseaban los buenos días. Era otra señal de que la muchacha provenía del campo. Le tendió la mano, que ella estrechó después de una breve vacilación, luego permanecieron un rato en la angosta acera sin saber muy bien qué hacer
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 3 años
    Fue ella quien lo conoció a él. Era su paciente. Dicen que la suya fue una persecución en toda regla.
    —¿Y después?
    —Después... ella se quedó en estado y nació Heini. Pero él no se casó sino cuando el chico ya andaba. Así que, hija, paséate con tu librero y ten cuidado. Una muchacha como tú con un niño ilegítimo no tendría un final feliz
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 3 años
    En la casa paterna de Marie nunca se habían producido disputas de esa índole. El padre y la madre vivían más o menos encerrados en un silencio distante, unidos exclusivamente por el trabajo, que parecía inacabable. Y cuando había pelea, era el padre quien se exacerbaba y vociferaba dando puñetazos en la mesa, en tanto que la madre aguantaba el chaparrón. Nadie se habría atrevido a llevarle la contraria a él, pues lo hubiera molido a palos. Solo en una ocasión (Marie se acordaba perfectamente porque era Nochebuena), cuando ella tenía ocho años, la madre levantó la voz para defenderse. Quiso explicar al padre por qué había metido en la estufa más leña de la habitual, pero no pudo terminar su frase porque ya fue a parar contra el tubo del fogón. Después, el padre se acostó sin pronunciar palabra. La cicatriz en la mejilla de la madre siguió luciendo con un brillo rojo durante muchos años, una reminiscencia de aquella Nochebuena
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 3 años
    Qué vida aquella! Cena con amigos, conversaciones animadas, debates en voz alta. Allí de donde procedía Marie, las comidas se tomaban en silencio
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 3 años
    Tratamos de poner orden en nuestro interior de la mejor manera posible, pero ese orden no deja de ser una cosa artificial... Lo natural... es el caos. Sí, el alma... es una ancha tierra, como una vez lo expresó un poeta... O quizá fue un director de hotel»
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 3 años
    No nos deshonres —había dicho la madre, limitándose a rozarle brevemente la cabeza. Ningún abrazo, ni siquiera una palmadita; un poco como el cura al término de la confesión
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 3 años
    Cuando terminó su periodo escolar y la mandaron a otra granja, muy lejos de su casa, Marie era pocos años mayor que Heinrich. Todo el estudio había sido en vano; en vano habían sido los deberes que hacía con aplicación tras las largas jornadas en el campo, sentada a la mesa de la cocina y empeñada en pasar a limpio las frases con esmerada caligrafía o en alinear pulcramente las columnas numéricas mientras se le cerraban los ojos de cansancio
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 3 años
    En casa de sus padres, las cuatro hermanas habían tenido que conformarse con dos camastros estrechísimos, compartiendo ella lecho con Magda, su hermana mayor
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 3 años
    Y la señora?
    —Ella... en el fondo quisiera ser cantante, pero yo te digo que no afina. Todos se dan cuenta, menos ella, y por eso muchas veces está de mal humor
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 3 años
    Yo soy Anna, la cocinera y ama de llaves de la familia desde hace diez años. Pero entra ya, no te quedes ahí tan apocadita. Y tú, Sophie, deja de poner cara de mala uva
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