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Libros
Upton Sinclair

La jungla

Cuando La jungla se publicó por entregas en el periódico socialista The Appeal to Reason en 1905, era un tercio más extensa que la edición comercial y censurada que se publicó en forma de libro al año siguiente. Esta expurgada edición eliminaba gran parte del sabor étnico del original, así como las más brillantes descripciones de la industria cárnica y algunos de los comentarios más punzantes y políticos de Sinclair.

Escrito tras una visita a los mataderos de Chicago, se trata de una descripción dura y realista de las inhumanas condiciones de trabajo en el sector. No es frecuente que un libro tenga semejante impacto político, pero su publicación generó protestas a favor de reformas laborales y agrícolas a lo largo y ancho de Estados Unidos, y dio lugar a una investigación de Roosevelt y el gobierno federal que culminó en la “Pure Food Legislation” de 1906, acogida favorablemente por la opinión pública. Esta edición contiene los 36 capítulos de la versión original sin censurar, y una interesante introducción que desvela los criterios censores aplicados en la edición comercial.
715 páginas impresas
Propietario de los derechos de autor
Bookwire
Publicación original
2019
Año de publicación
2019
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Citas

  • joaquin0112neocompartió una citahace 4 años
    Qué necio, qué necio había sido! Por su condenada debilidad había malogrado su vida y arruinado su persona. Pero todo eso tocaba ahora a su fin. Arrancaría el mal de raíz y no habría ya ni lágrimas ni vestigios de ternura. Unas y otras le habían reducido a la esclavitud. A partir de ahora sería libre. Rotos los grilletes, se alzaría para luchar. Se alegraba de que el fin hubiera llegado tan pronto. Llamado a producirse un día u otro, mejor era así. Ni mujeres ni niños tenían cabida en aquel mundo; cuanto antes lo abandonaran, mejor para ellos. Sufriese Antanas lo que sufriera en el lugar donde se encontraba ahora, sus padecimientos nunca excederían los que la tierra le reservaba.
  • joaquin0112neocompartió una citahace 4 años
    semanal, no fue eso lo que hizo. Esta vez anduvo incesantemente, ciego a todas las cosas, a través del barro y el agua, hasta que, por último, buscó asiento en un escalón, hundió el rostro en las manos y se quedó, por lo menos media hora completamente inmóvil. De tarde en tarde, para sus adentros, musitaba: «¡Muerto! ¡Muerto!».
    Al cabo de un rato se alzó otra vez y reemprendió su caminata. El crepúsculo andaba ya avanzado y Jurgis estuvo caminando hasta que, caída ya la noche, encontró cerrado el camino por la barrera de una vía férrea que estaba tendida al paso de un tren de mercancías que avanzaba lenta pero estruendosamente. Jurgis se detuvo a mirar y, en ese momento, de la manera más inopinada, un loco impulso que, callado, latente, desconocido, había estado germinando en su interior, cobró súbita vida y se apoderó de él. Había reemprendido la marcha, esta vez a lo largo de la vía y, cuando hubo dejado atrás la caseta del guardabarrera, dio un salto al frente y se aupó a uno de los vagones.
  • joaquin0112neocompartió una citahace 4 años
    La noticia suscitó en Jurgis una singular reacción. Mortalmente lívido al principio, se dominó al punto y, luego, crispadas las manos, prietos los dientes, permaneció inmóvil en el centro de la habitación por espacio de medio minuto. Luego, y tras apartar a Panei Aniele, ganó de dos zancadas la habitación vecina y escaló los peldaños que llevaban al desván.
    En un rincón, sus formas insinuadas por la manta que lo cubría, había un cuerpo y, tendida junto a él, llorando acaso desvanecida —no era posible precisarlo—, estaba Elzbieta. Marija iba y venía por todo el espacio del sotabanco dando voces y retorciéndose las manos. Jurgis comprimió más las suyas y la interpeló, la voz llena de dureza:
    —¿Cómo ha sucedido?

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