—No me digas que… —Sinclair interrumpió sus cavilaciones con una risotada escéptica—. No pensarás contaminarla con tus cortejos, ¿verdad, Seymour? —Gabriel le miró furioso—. Ni siquiera lo pienses, grandísimo idiota. Es demasiado buena para ti.
—Lo sé. Pero aun puedo matarte si te le acercas tú.
—No puedes evitar que yo la pretenda. Le convendría desde todo punto de vista si pusiera mis ojos sobre ella —Gabriel taladró con la mirada a su odioso compañero de regata—. Podría hacer que la admitieran en Trinity College. ¿No es eso lo que ella tanto desea?
El otro resopló, divertido.
—¿Quieres que ella te tome en serio o que te deba un favor? Eres patético.
—Me tiene sin cuidado lo que creas.
—Estoy hablando en serio, Sinclair. No la molestes o no tendré compasión contigo.
—Sí, sé que eres bueno con los puños —masculló el rubio con desprecio—, pero yo soy bueno con la pistola. No sería el primer duelo clandestino en Chatsworth. ¿Conoces la historia del conde de Windham y su esposita ligera de cascos?
Gabriel achicó los ojos, lanzando una dura mirada a su oponente.
—Ojalá fueras capaz de cumplir la mitad de tus amenazas, zoquete.
—Cumpliré esta si insistes en atravesarte entre la señorita Thorton y yo.
—¿Cómo es que un día la desprecias y al otro te encaprichas con ella? ¿No la llamaste «arribista» no bien supiste que venía a Chatsworth?
Sinclair elevó el mentón, orgulloso.
—Eso fue antes de conocerla mejor. De hecho, me parece una joven de lo más atractiva e inteligente. Dos cualidades que difícilmente coinciden en una mujer. Creo que sería la digna esposa de un médico. ¿No te parece?