Como si hubiera elegido quedarse con la última palabra, Lup (1938–2015) se escondió de su familia para escribir y en la muerte para
publicar. Entre los manuscritos que se encontraron en su departamento de Boedo, Bombas y cuellos y cuentos y cuentos destaca como punto
de partida y declaración de intenciones auténtica por tratarse de la única
selección de cuentos ordenada y consentida por el autor. Una burla o un pedido
de disculpas que, por remordimiento o para mofarse, envuelve al lector en su cotidianeidad hasta despistarlo y ponerlo frente a sus prejuicios, abandonos y apatías modernas.
Podría tratarse de una inundación desopilante en un cuarto piso, un dios fatigado, un oficinista que busca a una amante francesa, un desmán en un
banco, un sueño recurrente, un vampiro asqueado, un poseso encantado por su condición, un ataque cerebrovascular pedante o el mismísimo Nito. Podría ser un chico que acompaña a su padre en un festejo o en el trabajo, una despedida en una terraza. Podría ser todo esto o cualquier otra cosa porque, como si hubiera
elegido quedarse con la última palabra, Lup se escondió en sus cuentos.