David Garber

Mundos Aparte

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Él había salvado cientos de vidas. Él había eliminado demonios míticos, extinguido dragones, derrotado hordas de invasores, criaturas de horror indescriptible. Como jugador, él trajo paz a la Tierra muchas veces. Pero este día fue diferente. Nada de lo que había hecho antes le preparó para el lío en el que se encontraba. Esto era la vida real.

Fue el día de Acción de Gracias, un día que este joven de veinte y dos años nunca olvidará. En comparación, Armagedón quedó pequeño.

Eso es lo que Clayton Gaines, un Junior en LMU, se dió cuenta mientras se escondía de sus familiares y otros invitados a la cena en casa de sus padres. La verdad era que no quería ver ni hablar con nadie hasta que el Xanax, que robó del botoquín de medicinas de su madre, le empezara a hacer efecto.

En lo mejor de los casos Clayt odiaba sentirse atrapado en medio de parientes. Ventajosamente, así como una gripe, tenía que tolerar tal suplicio solo una vez al año.

«Hola Clayt. ¿Cómo te va?»

Clayt estaba atrapado entre el estante chic y mal tenido de su madre y el confundido hermano de su padre, Tío Earl. Replicó con una singular sonrisa, sintiéndose entre medio ausente y como un venado al frente de los faros prendidos de un auto.

«Tío Earl»

«Maldito sea!, Clayton estás casi tan alto como tu padre. Obviamente la Universidad te ha sentado bien. ¿Qué es lo que estudias?

«Me especializo en estatura y llevo una segunda opción en genética».

Clayt no pudo evitarlo. Fue verdad que en los últimos 18 años el había cambiado bastante. Como si fuera de madurez atrazada. Luego de sus estudios secundarios el pasó de ser un rotundo gordito de 5 pies y 8 pulgadas de alto a tener la estatura actual de 6 pies y 1 pulgada y una base sólida de 182 libas de peso. Si su metamórfosis no fue deslumbrante, fue por lo menos una tranformación bien recibida.

Habían desaparecido sus facciones de bebe y fueron reemplazadas con otras varoniles y bien al día. Lo único que no había cambiado eran sus ojos. Estos permanecieron tan azules como las aguas tropicales del Caribe y cuando sonreía ellos se iluminaban a través de sus largas y oscuras pestañas. Era como si estuviesen recibiendo energía de unas baterías tamaño D. Por su propio reconocimiento, y prácticamente de un día al otro, el pasó de ser un común corridor.
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91 páginas impresas
Año de publicación
2015
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