Mi nombre es Erik, y estoy metido en un problema muy gordo. Tan gordo como mi jefe. Y la única persona que puede ayudarme es Melisa, la mujer que me robó el corazón. Pero déjame ponerte en situación… Trabajo para Insta-Lazo, una empresa con sede en Barcelona que se dedica a unir a dos personas para citas a ciegas. Estudiamos su perfil, vemos quién es compatible, y los lanzamos al restaurante o pub de turno. Concretamente, yo soy el Coach que les dice cómo no joderla. “Eres estilista, Joaquín, métete con sus zapatos”. “Háblale de tu pasión por los gatos, Marta”. “Invítala a casa para que vea tus cuadros”. Y a las malas, puede ir al baño y llamarme con lo de siempre: “Me cago de miedo, Erik. ¿Qué coño hago?” Esa era la pregunta que yo me hacía. Me acababa de acostar con la hija del jefe, y eso no se hace. Estaba a dos pasos del detective privado de ganarme un despido y una paliza. Donde tengas la olla, no metas la… lo sé. Lo sé. Necesitaba una coartada. Una pareja estable. Y ahí estaba ella, Melisa. Gracias a Dios. Mi mejor rollo de una noche, la chica de mis sueños que desapareció a la mañana siguiente dejando una nota con pintalabios. En la barra del bar, como si la divina providencia la hubiese puesto ahí para salvarme la vida. Así que me acerqué a ella y el fuego volvió a inundarlo todo. Chico malo, descarado, atlético. Mujer moderna, proactiva, sin vergüenza. Le expliqué la situación. Reservamos una suite de hotel con terraza y vistas al mar para celebrar “nuestro primer mes juntos”. La realidad es que no llevábamos un mes, sino una hora. Digámoslo así: Fue un fin de semana muy productivo, y yo me libré de una buena.
