Hassabis y sus colegas tomaron una decisión radical: despojaron al maestro –heredero de AlphaGo– de todo su conocimiento humano, esos millones de partidas con que el algoritmo se había entrenado a sí mismo durante su «infancia», la base de datos que se hallaba en el corazón de su sentido común y que dotaba al programa con esa habilidad única de juzgar el valor de una posición, estimar sus probabilidades de ganar y ver el tablero completo como lo haría un ser humano. Eliminaron todo eso y dejaron solo los huesos. El objetivo era crear una inteligencia más poderosa y mucho más general, cuya capacidad de aprendizaje no estuviese limitada al Go y que no necesitara usar nuestro saber, entendimiento y experiencias como muletas mientras ensayaba sus primeros pasos. Tomaron su algoritmo y lo convirtieron en una tabla rasa, sin dejar ningún dato humano del que pudiera aprender, privándolo de la única conexión directa con nuestra especie.
El resultado fue aterrador.