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Alejandro Jodorowsky,Marianne Costa

Metagenealogía

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«Todo el mundo debería conocer su árbol genealógico. La familia es nuestro cofre del tesoro o nuestra trampa mortal.»

Alejandro Jodorowsky

Metagenealogía continúa la estela que dejaron en su día libros tan importantes y necesarios como Psicomagia o La vía del Tarot.

Este libro único enseña cómo estudiar y analizar nuestro árbol genealógico, para así poder entender nuestro pasado familiar y sanar nuestro presente.

Un paso más allá de las técnicas terapéuticas de la «psicomagia» y la «psicogenealogía», está la Metagenealogía, que «no es estrictamente una terapia, sino un trabajo de toma de conciencia que supone la comprensión de los elementos del pasado que nos han formado, así como el inicio de un impulso futuro al cual nosotros damos forma».

La lectura del libro y sus ejercicios hacen al lector tomar conciencia del estado de «salud» del árbol genealógico en el que ha nacido, y también le enseña a ser consciente de la tradición familiar que él carga. Una vez comprendida la influencia que ejercen en nosotros las vidas de bisabuelos, abuelos, padres, tíos o hermanos; o los lazos especiales que algunos miembros de nuestro árbol establecieron entre sí; o cómo la imposición de las ideas y tabúes familiares ha obstaculizado la expansión de nuestro Yo esencial, seremos capaces de desarrollar un nivel de Conciencia más elevado y entregarnos con espíritu libre y sin miedo a nuestro futuro.
Este libro no está disponible por el momento.
884 páginas impresas
Publicación original
2015
Año de publicación
2015
Editorial
Siruela
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Citas

  • Mily Sietecompartió una citahace 4 años
    sufrimiento existe nada más que a nivel personal; y de igual manera se puede decir que todo lo que es personal, es sufrimiento. Todo aquello que es «yo» hace volver, de una forma u otra, al apego, a la privación de la libertad, a la limitación de las percepciones, a la imposibilidad de una investigación verdaderamente independiente, y vuelve a plegarse a esquemas existenciales impuestos por la familia. Haciendo esto se niega, en todo o en parte, lo que se es, viviendo en consecuencia como un ser totalmente aislado. Este sufrimiento esencial sólo puede superarse en lo transpersonal, en eso que es válido para la humanidad entera. El ser humano es en realidad una humanidad. La noción del individuo solitario es una visión egoísta. El individuo solo no puede existir. En tanto que se permanece cautivo de esa ilusión (positiva o negativa) de vivir como un individuo aislado, se vive en un mundo artificial e imaginario.

    Muy frecuentemente, el trabajo sobre uno mismo comienza por la toma de conciencia de un sufrimiento. Luego llegan las resistencias: nos resistimos a cambiar, y a menudo las necesidades personales entran en conflicto con las transpersonales. Y también sucede con los deseos, las emociones, los pensamientos. En el punto de partida todo ello se presenta como una integridad confusa e intrincada donde conviene clarificar los deseos, necesidades, sentimientos e ideas que nos animan. Algunos nos son propios, pero la mayoría de ellos son herencia del árbol genealógico.

    Al término de un trabajo perseverante e intenso, es posible abrir todos y cada uno de estos centros para hacerles disfrutar la dimensión de la humanidad, y no solamente la de la individualidad. Pero es necesario tener la voluntad de crear una perspectiva objetiva, aislada de los cuatro elementos: una mirada que no sea únicamente la de mis necesidades, la del ser agitado por los deseos que por el momento soy, la de mis emociones y tampoco la de mi intelecto. Esta nueva mirada se divide en dos actitudes, una dirigida hacia el ego y la otra hacia el yo transpersonal, para disolver y conocer por separado el aspecto de cada una de ellas.

    En un primer momento, la mirada sobre el ego es ciertamente dolorosa porque reconoce la pequeñez de nuestra identidad ilusoria: «Yo no soy esto». Es lo que les sucede a quienes se inician en la meditación zen cuan‍
  • Mily Sietecompartió una citahace 4 años
    Al hablar del individuo como objeto de estudio, conviene matizar a qué aspecto de él nos estamos refiriendo, pues podríamos distinguir tres niveles: el Yo personal (ego), el Yo transpersonal (que tiene en cuenta al anterior) y el Yo esencial.

    Todas las vías de desarrollo personal parten del ego, pasan por el yo transpersonal y desembocan en el yo esencial (al que podríamos también denominar Uno Mismo o dios interior), que es la instancia interna que hay en nosotros y que vive en la unidad.

    Las cuatro energías (cuerpo, libido, centro emocional e intelecto) se manifiestan en el ego y en el Yo transpersonal: todos tenemos necesidades, deseos, sentimientos y pensamientos personales; pero también podemos cultivar necesidades, deseos, sentimientos y pensamientos transpersonales que –superando la esfera del egoísmo limitado– engloben no solamente al individuo sino también al grupo, incluso a la humanidad entera.

    Esto se presenta, en la mayoría de las personas, de una manera desordenada e indiferenciada, y exige, para ponerlo todo en orden, un trabajo personal que pasa siempre por una determinada forma de dolor (disolución del caos, de ese desequilibrio indiferenciado, para reconstituir o «coagular» –como dice la Alquimia– la unidad del Uno Mismo).

    Uno de los elementos esenciales para acometer esta tarea es la voluntad de «encontrarse» a sí mismo, de convertirse verdaderamente en uno mismo. Esta voluntad nos nace fomentada por el ejemplo que vemos en otras personas más avanzadas en el camino del yo auténtico y que manifiestan, a su vez, cualidades de generosidad, de apertura o de abnegación tangibles; de quienes, asimismo, emana un irresistible sentimiento de alegría de vivir, de paz; y que tienen además la cualidad tanto de saber permanecer en silencio como de escu‍
  • Mily Sietecompartió una citahace 4 años
    Todo este estudio va a estar salpicado de referencias a prácticas religiosas, mágicas o rituales que forman parte del patrimonio de la humanidad y por consiguiente del nuestro, más allá de las eventuales diferencias culturales. En el momento de abordar la cuestión de los ancestros, será necesario que nos alejemos de ese enfoque estrictamente occidental y «civilizado» que sólo asume una posición racional, científica, médica y demostrable. De esta manera, podremos aprovechar las enseñanzas de todas esas prácticas que usan, de un modo especial o no, el Inconsciente humano como una reserva de la posible curación y de la energía vital.

    Si resumimos el discurso actual de la Neurología sobre el funcionamiento del cerebro humano, podríamos decir brevemente que utilizamos su lóbulo izquierdo para el pensamiento racional (el más frecuente en nuestra actividad consciente) y que sus directrices las trasladamos al lóbulo «intuitivo» derecho cuando dormimos. Una mitad del cerebro predomina, pues, cuando estamos en vela y la otra durante el sueño.

    Pero tal división no es absoluta, y con mucha frecuencia nos ocurre que pasamos de un estado racional a uno emocional o intuitivo a causa de una conmoción, un accidente, etc. El cuerpo calloso del cerebro hace en cierta forma de «puente» y es, simbólicamente, el lugar donde se sitúa el ser de la Conciencia, que aprende a pensar y a vivir utilizando los dos lóbulos del cerebro a la vez. Un artista o un chamán funcionan de una forma creativa e intuitiva (se podría decir que abren la puerta al Inconsciente con la práctica del arte o de la intuición) aunque conservando una racionalidad sólidamente anclada en lo real, en la relación con el otro y en el marco social. Para entender esto podríamos usar la imagen del caduceo de Hermes, el báculo por el que dos serpientes entrelazadas trepan hacia lo más alto del mismo, donde las alas serán desplegadas. Las dos serpientes podrían ser los dos lóbulos del cerebro y esa cumbre alada la expansión de la conciencia. Pero una expansión tal no puede realizarse a través de un «paso» científico puro y duro que se base exclusivamente en experiencias reproducibles. En la propia realidad existen experiencias únicas que no se repiten jamás y que no por ello son menos ciertas. Pertenecen a otro orden de acontecimientos –si es que se las quiere catalogar–, que deben

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