El poder de las palabras

Lo que es legítimo, vital, esencial, es la lucha eterna de quienes obedecen contra los que mandan, cuando el
mecanismo del poder social conlleva el avasallamiento de la dignidad humana de los de abajo.

Por tomar otro ejemplo, si en España, delante de un hombre de partido, nos atrevemos a exponer la idea de un armisticio, si es un hombre de derecha, contestará con indignación que hay que luchar hasta el final por la victoria del orden y el aplastamiento de los factores de anarquía; si es un hombre de izquierda, responderá, con no menor indignación, que hay que luchar hasta el final por la libertad del pueblo, por el bienestar de las masas laborales, por el aplastamiento de los opresores y explotadores. El primero olvida que, sea cual sea el régimen político, ninguno comporta desórdenes tales que sean comparables, ni de lejos, con los de una guerra civil, las destrucciones sistemáticas, las masacres en serie en la línea de fuego, la caída de la producción, los centenares de crímenes individuales cometidos diariamente por los dos bandos, visto que cualquier bandido se pone un fusil al hombro. El hombre de izquierda, por su parte, olvida que, incluso en su propio campo, las necesidades de la guerra civil, el estado de sitio, la militarización del frente y de la retaguardia, el terror policial, la falta de todo límite a la arbitrariedad, de toda garantía individual, suprimen la libertad mucho más radicalmente de lo que lo haría un partido de extrema derecha que accediera al poder. Olvida que los gastos de la guerra, la ruina, el atraso de la producción, condenan
al pueblo, por largo tiempo, a privaciones mucho más crueles de lo que harían sus explotadores.

Sin embargo, todos los hombres cultos conocen el ejemplo más perfecto; mas una suerte de fatalidad nos lleva a leer sin comprender.