iñas pronuncia regularmente una palabra terminada en ar, y su recurrencia me hace recordar el mar previo a este túnel, ese plato marrón interminable en el que había perdido los ojos durante una buena media hora, y que se había ido expandiendo desde la fóvea hasta abarcar las zonas más periféricas e inciertas de la retina, mar con ruido de tren que ahora se me figuraba tan ancho como este túnel sin presumibles bordes. Habían pasado por encima de ese mar, no flotando sino toscamente superpuestos, una serie de espectros que en un hombre cabalmente despierto se llamarían recuerdos, pero que en aquella duermevela apenas alcanzaron un breve alumbramiento de la vista, como ése