Dejé que en mi pecho creciera el entusiasmo por constatar la materialidad de un sueño. Confesé que, por muy extraño que pudiera parecer, los naipes habían aparecido en mis sueños y me habían impresionado tanto que estaba intentando escribir una historia sobre ellos. Que, hasta ese momento, había pensado que esas formas minerales existían sólo en mi cabeza, que había escuchado su sonido, una especie de coro resonando en el interior de una casa-cueva, que parecía provenir de todas partes, pero resonaba en el interior de mi cuerpo. Que ese sonido comunicaba algo a lo que debía poner atención. Y que había empezado a escribir una historia sobre fósiles de ópalo y no había podido terminarla porque ignoraba si se trataba de los restos fosilizados de algún ser vivo o bien de los fósiles de algo intangible. O de ideas, de sueños… Que aún no lo tenía muy claro.