Como Mozart, Fritz Lang cree que el destino se puede, si no torcer, sí al menos sublimar, o expresar del mejor modo, a través del recurso a la voluntad; una voluntad que no es ni será ya nunca más la «voluntad de poder», sino más bien la capacidad de matizar ese destino impuesto por los dioses o por el azar, de manera que pueda elegirse, en libertad, cómo y de qué manera se quiere ese destino, o si no se quiere de ningún modo.