A Sonea se le revolvió el estómago y su mano apretó la piedra con más fuerza. La sacó del bolsillo y la sopesó. Era bastante pesada. Encarándose hacia los magos, hizo acopio de la rabia por haber sido expulsada de su hogar y de su odio innato hacia los magos y arrojó la piedra al que había hablado. Siguió la trayectoria del proyectil por el aire y, cuando se acercaba a la barrera mágica, lo animó a superarla y alcanzar su objetivo.
Se vieron unas ondas de brillante luz azul y a continuación la piedra se estrelló contra la sien del mago con un ruido sordo. El hombre se quedó inmóvil, con la mirada perdida, luego se le doblaron las rodillas y su compañero se acercó para sostenerlo.