No existe nada en el mundo, orgánico o inorgánico, objeto metálico o elemento químico, que haya causado más muertes que el AK-47. El kaláshnikov ha matado más que las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, que el virus del sida, que la peste bubónica, que la malaria, que todos los atentados de los fundamentos islámicos, que la suma de muertos de todos los terremotos que han sacudido la corteza terrestre. Un número exorbitante de carne humana imposible de imaginar siquiera.