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Elaine Vilar Madruga

El cielo de la selva

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    No había mucho de qué despedirse, salvo del miedo,
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    Pero la selva no lo dejó descansar y cuando Lázaro intentó sentarse en la tierra, encontró hormigueros, y cuando más adelante intentó trepar a un árbol, el liquen verde lo hizo resbalar hacia abajo, y cuando decidió quedarse quieto, el mundo empezó a moverse bajo sus pies, un mundo tembladera, un mundo sin orígenes ni fin.
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    La perra ya no aullaba. Tampoco hacía falta, porque el mundo era un aullido enorme.
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    SECRETA OSCURIDAD ES LA UNIÓN DE LA NOCHE Y LA selva.
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    Carajo, la vida se va tan pronto.
    Pero la vida también te acostumbra, eso hay que reconocerlo, a tener el estómago fuerte. Te da pellejo duro después de los palos. Se te pone la carne llena de púas
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    ratas como dioses y dios convertido en rata.
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    El miedo de los niños te acojona o te deja vacía.
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    Ifigenia pondría la boca debajo de todas aquellas lágrimas y las recogería con la lengua, y se quedaría allí para siempre, bebiendo agua de la fuente sagrada del dolor ajeno, la fuente de toda buenaventura, la fuente del placer.
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    La inmediatez de su hambre, de su ansia de carne humana, era terrible.
  • Ana Fernández-Cerveracompartió una citael mes pasado
    Hija de nadie, hija del aire o de la selva.
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