lasitud infunde al hombre una serenidad especial, le permite sosegarse no haciendo nada. No es un estado de adormecimiento sensorial, sino que en ella se activa una videncia especial. Por eso, habla Handke de un «cansancio clarividente», que nos hace capaces de prestar una atención totalmente distinta y nos permite captar formas duraderas y reposadas, que escaparían a la breve y rápida hiperatención. «El cansancio articulaba [...] y ponía ritmo en la maraña habitual, propiciando la forma: forma hasta donde alcanzara la vista». Toda forma reposa. Toda forma es un rodeo. La economía de la eficacia y la aceleración la hace desaparecer. Handke erige el cansancio profundo en una forma de salvación y hasta de rejuvenecimiento. Hace que el mundo vuelva a producir asombro: «El fatigado Odiseo conquistó el amor de Nausícaa. La fatiga rejuvenece, nos infunde una juventud que nunca tuvimos. [...] Todo se torna asombroso en el sosiego del cansancio».