Prohíbeme amarte

«Pero yo te extraño… ». Vuelvo a leer la última frase de la carta, y la misma dolorosa sensación de vacío y pérdida me envuelve, con igual o mayor intensidad que semanas atrás. Quisiera que todo fuera más sencillo y poder tener en mis manos la solución que le impida a un cariño puro e inocente padecer, pero es un imposible. Suspiro, y el paisaje de estas tierras me golpea al perder la mirada en el horizonte. Dos años no es mucho tiempo, y qué poco ha ayudado cada día transcurrido en ellos. ¡No ha sido suficiente para olvidar…! ¡Menos para perdonar! Su rostro se desvanece en mis pensamientos mientras persisten esas últimas palabras que tanto daño hicieron, y vuelvo a desplomarme. Obligada, me aferro con fuerza a la decisión que he tomado. ¡La suerte está echada! ¡No hay marcha atrás! Con rabia tomo la pluma y estampo mi firma en el documento que tengo frente a mí, para acto seguido tirarla con furia a un lado, luchando contra las lágrimas que me amenazan y ante las cuales no hay rendición. ¡Eso jamás! Me doy la vuelta hasta quedar ante al espejo, que me devuelve, altanero, la imagen de una mujer agria y de expresión severa que no reconozco, y que se ha vuelto mi eterna e ineludible sentencia. Mis ojos buscan el lema que, deteriorado por el paso del tiempo, se encuentra cincelado en el escudo de piedra que descansa sobre la chimenea. Esas toscas palabras exudan poder y gallardía. Su exigencia me intimida y me ancla al lugar al que ahora pertenezco, para convertirse en el mudo testigo de todo lo que me ha sido prohibido… ¡Es inevitable! ¡Sé que me terminaré hundiendo! «An rud nach gabh leasachadh, ‘S fheudar cur suas leís» «Lo que no se puede evitar, debe llevarse a cabo»