Estaciones de regreso

Es así quizá como deba pensar en mi tiempo, dejar ya de salir a la caza de horas salvajes para exhibir sus cadáveres en un tablón, tratar de domesticar el tiempo para que vuelva dócilmente a mí cada día.

Es que yo no pienso como tú, ese rollo tuyo del minuto de oro no es para mí... Yo no estoy todo el rato buscando picos de experiencia, noches inolvidables. Que si una fiesta en el techo de no sé dónde, que si la supercena con el chef tal, la excursión a... Es agotador. No. Yo no necesito ningún día increíble, para mí funciona de otra manera... De lo que yo me acuerdo es de momentos que se repiten, de las rutinas que consigo construir.

La poesía mira hacia fuera, usa imágenes, está hecha para ser dicha, no para ser pensada, está hecha para salir por la boca, para ser escuchada por otros a la vez, para emplear la voz y llegar con ella a los demás. La prosa está hecha para ser pensada, no tiene sonido, vive atrapada en el pensamiento, escarba, se construye con lo que encuentra en la imaginación o en el recuerdo.

Deseaba poder sentir, y no pensar, y sin embargo solo podía pensar sin sentir.

Durante un tiempo, todo era una primera vez; más exactamente, una primera vez sin mi hermano.

(Austin, Texas, mayo de 2016)

Deseaba poder sentir, y no pensar, y sin embargo solo podía pensar sin sentir.

Luego te preguntas cuántas estaciones le quedarán a este viaje, y yo te pediría que te bajaras ya en esta estación, y dejaras a los muertos que se vayan a otra parte, y dejaras de mirarte la herida, y de mirar lo que se fue y de mirarte a ti mismo. Bájate aquí, el dolor no tiene mucho más que darte, este viaje ha sido tu obsequio, te ha llevado de vuelta a muchos sitios y te ha dejado esta bitácora, un testimonio con el que aún no sabes qué hacer.

existiría para siempre dentro de ella, habitando ese templo, incluso cuando ya dejara de amarme, de la misma manera que ella seguiría en mí, habitando el templo de este recuerdo que, aunque en ruinas, se impone entre todo lo mucho que he olvidado.

Como dice Luis Rosales:

El dolor es un largo viaje,

es un largo viaje que nos acerca siempre,

que nos conduce hacia el país donde todos los hombres son iguales.

tiene esa consistencia anímica de las personas que no andan buscando la felicidad ni huyendo de la desgracia, a quienes les basta con la fatigosa paz del deber cumplido.