Abrió bruscamente la puerta de su taquilla e introdujo la mano. Y entonces ocurrió: algo de color pardo se lanzó hacia delante, algo que parecía la aplanada cabeza de una serpiente.
Arthur soltó un alarido.
Sostuve el aliento y parpadeé con incredulidad: una serpiente había clavado los colmillos en la mano de Arthur y, con la misma velocidad que se había lanzado hacia delante, volvió a encoger la cabeza.
Arthur se apresuró a cerrar la puerta de la taquilla.
—¿Has… has visto eso? —preguntó, resollando. La corriente de aire había levantado una pequeña pluma negra que entonces cayó al suelo con lentitud.
—Sí —contesté con voz entrecortada—. Parecía una serpiente. Y una pluma.
El alarido de Arthur había atraído a otros alumnos, que nos rodeaban con curiosidad, y por eso ya no pude ver la pluma.
—Eso era una serpiente —dijo Arthur, más para sus adentros que dirigiéndose a mí.