Más lento y prolongado ha sido, en cambio, el recorrido que señaliza la inversión de la relación jerárquica dentro del hogar: antes eran el padre y la madre quienes detentaban el poder, ahora son los hijos quienes mandan, exigiendo, como nunca, sumisión e incondicionalidad absoluta de sus padres. Si se los deja hacer (y se los está dejando con las admoniciones de la sociedad), se volverán ellos, estos hijos, nuestros adversarios: nuestros acusadores, nuestros desalmados delatores, nuestros jueces y carceleros; nuestros patrones-en-miniatura y nuestros clientes exigiendo de nosotros inmediata satisfacción de sus deseos. Serán ellos quienes nos consuman.