El don más hermoso del hombre era la capacidad de crear arte haciendo una mezcla sublime de letras: era pura alquimia, y no estaba al alcance de cualquiera. Ese químico de las letras podía transportarte a cualquier universo, real o ficticio, podía hacerte reír y llorar, amar y odiar, sentir las pasiones y las fobias de los personajes, situarte en una tierra inhóspita o en un vergel, entrar en el fragor de una batalla y percibir el olor a muerte del combate.