Así, por ejemplo, el fotógrafo catalán Joan Fontcuberta realizó a principios de la década de 1980 uno de los herbarios ficcionales más llamativos que se conocen, venido que ni al dedillo para la oscura convicción que se está instalando entre nosotros, a saber, que ya no hay algo así como una realidad primaria a la que podamos llamar “natural” y que las plantas, lejos de crear un universo autónomo, han empezado a vivir en medio de la basura, como si el gesto del árbol de Hiroshima abrazando la metralla hubiera prefigurado la obligación a que hemos sometido a plantas y árboles, hoy sembrados en neumáticos y carcasas, televisores vacíos y recipientes de plástico, con cuyo reciclaje nos tranquilizamos.