Mohamed El Morabet

El invierno de los jilgueros

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En primavera, los jilgueros regresan a Alhucemas desde el desierto, el mismo desierto del que vuelve el hermano de Brahim tras participar en la Marcha Verde. Para Brahim, Alhucemas es su hogar, su hábitat, allí conoce a todos y todos lo conocen. Su vida transcurre en la escuela y entre las paredes de su casa, donde su madre cuida de él y de su hermano mayor, en las calles, donde se encuentra con las vecinas y se cruza con los pescadores que vuelven de faenar cada día. Desde pequeño, Brahim aprende que la muerte, la enfermedad, la guerra o la locura forman parte de un mundo aparentemente sencillo, en el que, sin embargo, la incertidumbre siempre aguarda. Dotado de una serena sabiduría y protegido de alguna manera por los pequeños detalles, él acepta lo que acontece, sin oponer resistencia. Años más tarde, el joven Brahim se traslada a estudiar en la Escuela de Bellas Artes de Tetuán. Allí se ha instalado Olga, que anhela probar una experiencia lejos de su Madrid natal, ensanchar su horizonte, conocerse mejor. Entusiasmada con su puesto como profesora de arte, se adentra, despreocupada, en una realidad nueva y desconocida, una ciudad colorida y laberíntica, iluminada por una luz extraña que es incapaz de definir. Olga y Brahim, profesora y alumno, se conocen y entre ellos nace algo que marcará sus vidas. En esta novela, con la que Mohamed El Morabet ha recibido el Premio Málaga de Novela, confluyen dos formas de mirar la realidad y de entender el mundo.
Este libro no está disponible por el momento.
214 páginas impresas
Publicación original
2022
Año de publicación
2022
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Citas

  • Adal Cortezcompartió una citael año pasado
    Es cierto que fantaseé con ser pintora, pero me faltó constancia. El talento es bastante corriente. No escasea la inteligencia, ni la inventiva, sino la perseverancia. Ese tesón que zarandea el peso del tiempo es lo que a menudo tiende a fallar.
  • Adal Cortezcompartió una citael año pasado
    Todo lo dejamos atrás
    y nada olvidaremos nunca,
    porque no somos asesinos.
    Nada nos quedará, pero esa nada
    tendrá la imprecisión de lo que avanza y vive,
    su medida azarosa,
    y será suficiente para llenar esa otra nada
    que abarca el breve espacio de una vida.
    FRANCISCA AGUIRRE

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