Me agarró un magún, me decís en esa lengua atravesada por el piamontés, y la boca se te tensa para evitar la mueca chueca que habla por vos cuando no querés hablar. Los recuerdos se te vuelven ácidos, pulposos, como las mandarinas criollas del patio de atrás de la casa de tus viejos. Llenas de semillas. Nunca perdieron del todo su verdor, y nunca pudimos dejar de comerlas.