te hombre ya envejecido nunca se le había dado la experiencia de un afecto puro, el de un adolescente de alma sensible, y, fatigado por los desengaños, con los nervios destrozados por esa cacería entre espinas, pensaba ya con resignación que estaba sepultado en vida, cuando un joven entró apasionadamente en su existencia, ofreciéndose con abnegada alegría, en sus palabras y en todo su ser, al anciano profesor, dirigiendo todo su ardor al hombre vencido