después de leer los diarios de la autora y todas las biografías que he podido encontrar, no consigo desprenderme de la sensación de que a Sylvia Plath la mató el ansia de perfección. Ella tenía que ser la autora más perfecta, la perfecta amante, la perfecta esposa, la madre perfecta, la mejor cocinera del mundo, la más hacendosa, la que horneara las tartas de ruibarbo más deliciosas, la que remendara los pantalones con más destreza, la más ingeniosa, la mejor hija: la mujer maravilla, Wonder Woman, la mujer imposible