Constato que, a todos los niveles, la comunicación en esta ciudad está interrumpida. Las diferentes profesiones no se hablan, los médicos no se hablan con los pacientes, los vendedores no se hablan con los clientes, ni siquiera los taxistas se hablan con los pasajeros. Las gentes de un mismo gremio tampoco se hablan, ciertos escritores no se hablan con otros que a su vez no se hablan con terceros. Las familias no se hablan en las casas, los hombres y las mujeres no se hablan, los padres y las madres no se hablan. Como si todos los temas de conversación hubieran desaparecido súbitamente, como los dinosaurios, o se hubieran esfumado misteriosamente, como las abejas, extinguidos a través de la campana extractora de la cocina o de la ventanita del baño con su mosquitera rota.
Y ahí están ahora, él y ella, sin poder recordar exactamente dónde y cuándo se interrumpió la conversación. En cierto momento, te quedas callado. Y cuanto más tiempo pasa, tanto más difícil se hace reanudar la conversación. Es sencillo, el silencio genera silencio. Al principio, llega un momento en el que quieres decir algo, hasta lo formulas en tu cabeza, tomas aire, abres la boca. Luego haces un gesto con la mano y cierras la puerta por dentro.