El mundo real ha sido sustituido por su reproducción, con medios tan fascinantes como la fotografía, el cine, la televisión o Internet, convertidos en coto de caza y parque temático del comercio y, por tanto, del poder. Los medios de comunicación de masas convertidos en agentes de festejos del pensamiento único. La realidad travestida en espectáculo; reducido el ciudadano a cliente y espectador que no comprende ni puede comprender, y al que se le dice, por ejemplo, que gracias a la televisión está en condiciones de “asistir a la historia en directo”, aunque esa historia sea incomprensible y su papel en ella haya quedado reducido al que entretiene la espera de la muerte.