El arte de tener siempre razón

aun cuando el argumento del adversario parece exacto y concluyente, no hay que dejar de atacarlo,

Apagogé: admitimos la verdad de la proposición del adversario; después demostramos lo que se deduce de ésta, cuando, combinándola con cualquier otra proposición aceptada como verdadera, la utilizamos como premisa de una conclusión cuya falsedad es notoria,

podía existir otra que fuera verdadera y que apoyara nuestra tesis;

desde el punto de vista de la verdad y dialécticamente según la apariencia o la aprobación, la opinión (dóxa) del prójimo

podría ocurrir fácilmente que, seducido por una impresión pasajera, termine renunciando a la verdad para caer en el error.

De esta manera, prestamos auxilio tanto a la debilidad de nuestra inteligencia como a la perversidad de nuestra voluntad.

cuando mi adversario rechaza mi prueba, parece que rechazara mi propia tesis,

ponga, será imperceptible si se desplaza sobre la tierra, por faltarnos entonces

como genus o proprium (característica distintiva) del prime

ale más que la verdad”. También según un proverbio árabe: