No es que Aquel que jugaba canicas con las estrellas haya renunciado a eso para jugar con canicas comunes y corrientes. O que Aquel que colgó las galaxias haya dejado de hacerlo para instalar marcos de puertas ante el disgusto de un cliente cascarrabias que quería que el trabajo estuviera listo para ayer, pero que no podía pagar por nada hasta mañana.
No es que en un instante haya pasado de no necesitar nada a necesitar aire, comida, una bañera con agua caliente y sales para sus pies cansados y, más que todo eso, que ahora necesitara a alguien —a cualquiera— que se preocupara más por dónde pasaría la eternidad que por dónde gastaría su paga del viernes