Me obligan a irme, y yo no quiero... ¡no deseo esta clase de vida!
-¿ Adónde te obligan a ir? -le pedí que me aclarara.
-Quieren que tome los hábitos, que me haga monje iY yo no lo quiero! -repitió.
Se quedó en silencio un minuto, pero seguía enfadado. Después empezó a explicarse.
-Soy el hijo menor. Mis padres esperan esto de mí -continuó-. Pero yo no quiero dejarla, estamos enamorados.
Si me voy, alguien ocupará mi lugar... y yo no podría soportado. ¡Antes prefiero morir!
Pero no murió. Lo que ocurrió fue que poco a poco se fue resignando hasta conformarse con la única opción que tenía. Tuvo que separarse de su amada. Con el corazón desgarrado, continuó viviendo. Pasaron unos años.
30
-Ahora ya no es tan terrible. Llevo una vida pacífica. Me siento muy cerca del abad y he decidido permanecer a su lado.
Después de otro silencio, se produjo un reconocimiento.
-Él es mi hermano... mi hermano. Estoy convencido. Estamos muy unidos. ¡Reconozco sus ojos!
Finalmente Pedro se había reencontrado con su hermano fallecido.
Su dolor empezaba a aliviarse, porque si ambos habían estado juntos anteriormente, podían estado otra vez.
Transcurrieron unos años. El abad envejeció.
-Pronto me abandonará -pronosticó Pedro-, pero nos reuniremos otra vez, en el cielo... Hemos rezado para que así sea.
El abad murió y Pedro lamentó su pérdida.
Rezó y meditó. Pronto le llegaría su hora.
Enfermó de tuberculosis y tosía constantemente. Le costaba respirar. Sus hermanos espirituales le hacían compañía alrededor de su lecho.
Le dejé que pasara rápidamente al otro lado. No era necesario que sufriera otra vez.