Dado que muchos rituales mortuorios tienen su origen en la religión, es frecuente invocar las creencias religiosas para denigrar las prácticas de otros grupos. Aun en 1965, James W. Frasier escribía en Cremation: Is it Christian? (La cremación: ¿es cristiana?; spoiler: no, no lo es) que incinerar a una persona era «una barbarie» y un «acto criminal». En palabras de Frasier, para un cristiano decente, «resulta repulsivo imaginar el cuerpo de un amigo asándose en el horno, como un costillar de ternera, con los tendones chisporroteando y la grasa chorreándole por los costados».
Personalmente, he terminado por creer que los méritos de un uso funerario no se basan en las matemáticas (por ejemplo: un 36,7 % de barbarie), sino en las emociones y en el convencimiento de que la cultura que consideramos nuestra es noble y única. Es decir, consideramos salvajes los ritos funerarios de otros grupos solo cuando difieren de los que practicamos nosotros.