Elogio del caminar

Pero el verdadero paseante ama caminar porque, lejos de distraerle, propicia la uniforme y abundante fluidez de una meditación apacible y semiconsciente.

Cuando, años más tarde, Hooker cabalga en una ocasión hasta Londres, se despacha con más pasión de la que ese apacible teólogo jamás había mostrado contra el amigo que le ha disuadido de «hacerlo a pie».

las páginas del álbum que la memoria no deja nunca de recopilar, descubro que las imágenes más nítidas que contiene son las de los viejos paseos.

Stephen’s, hasta que se convirtió en uno más del «monstruoso hormiguero en un mundo demasiado ajetreado».

El bullicio ha dejado de distraerlo; es como la gente que se dice que se queda sorda por vivir siempre cerca del estruendo de una cascada: en él se cumple el dicho común de que nunca estamos más solos que cuando estamos en medio de una multitud; una vaga simpatía con el ajetreo que lo rodea en cierta manera lo estimula, pero percibe cada estímulo concreto, como suele decirse, «a un nivel inconsciente».

No verá nada del apartado paisaje que tal vez no esté tan lejos, ni sentirá la correspondiente armonía mental que propician la soledad y la larga sucesión de encantadores escenarios que esquivamente se mantienen al margen de la atención del público.

En todo caso la hospitalidad, virtud de las regiones primitivas, da la impresión de no haber desaparecido aún del todo incluso en esta región excesivamente civilizada.

Envidio totalmente a los hombres capaces de no perder el hilo del pensamiento en condiciones que distraerían a otros —en una reunión multitudinaria o rodeados de niños—, pues soy tan sensible a las distracciones como el que más; pero cuando logro pensar, no estoy seguro de que el fragor del Strand no sea un entorno más propicio que la tranquilidad de mi propio estudio.

Lo cierto, sin embargo, es que en mi pasión por las montañas había cierto elemento mundano.

Siento respeto por el ciclista, como dije anteriormente; pero es un esclavo de su máquina: no le queda otro remedio que seguir la carretera, y no encuentra otra cosa que los mismos panoramas que los vulgares turistas.